PRELUDIO A “DIARIO DE UN ATARDECER”
Jesús Pablo Guillamón Enríquez (seudónimo literario Tarso), reside en Murcia como funcionario de la Administración.
Cursó estudios en la Universidad de Murcia, y ha gustado siempre de la literatura como afición, especialmente la poesía, es también asiduo lector y elocuente orador.
Me propongo escribir un breve preludio de este poemario con verdaderas ansias de escribir otro bien extenso, pues son numerosísimos los comentarios que podrían hacerse a este libro, que recoge jirones de vida incandescente en cada estrofa, y que derrocha tanta humanidad en cada golpe de tinta.
Leer estas páginas significa introducirse en el mundo particular de Pablo Guillamón, un poeta que, partiendo de la situación más concreta que pueda describirse – un paisaje memorable, un desengaño sentimental, un árbol que hace sombra a dos chiquillos cargados de sueños,... – consigue llegar a la mente y el corazón de cualquier corazón entusiasta.
Conforme avanzamos en la lectura de estos versos conocemos el pacto lírico que nos ofrece el poeta de Archena; nos abrirá con valentía su alma, lo mismo para recordar una isla al otro lado del Atlántico que le es muy familiar, Cuba, como para extender en una estrofa todo el peso filosófico de su existencia (Siendo aún noche cerrada, / amanecí al mundo, / ¿o el mundo amaneció a mí? / ¿por qué a mí? / Yo hubiera seguido rodando en el espacio, / nadando de continuo en el vacío / sin que el mundo tuviera noticias de mí), o para refugiarse del mundo que, frecuentemente, a causa de las injusticias, le hace sentirse cada vez más ajeno a él. Porque Guillamón, en el atardecer de su vida, aún pretende encontrarse a sí mismo, en la profundidad de su espíritu. De esto dan parte estos tres maravillosos versos extraídos de su poema “Buscando el alma”: ¿dónde encontraré el sosiego, / dónde el remanso de paz y calma, / dónde se esconde el alma?.
Hallamos, pues, varias ideas que son constantes a lo largo de las páginas de Diario de un atardecer, entre ellas la idea de libertad, la más importante, cuyo tono va adquiriendo progresivamente más solemnidad y una actitud más caótica, resignada a lo oscuro de vivir, pero sin perder ese atisbo de esperanza y optimismo. Y de algunas gotas de luz se desprende esa poética de la solidaridad, que defiende al estilo de grandes poetas como César Vallejo o Pablo Neruda.
Por todo esto, Guillamón nos escribe que, a veces, está cansado de soñar, si vivir es soñar. Aún así, este poeta es más ambicioso todavía que el resto, pues utiliza el tema literario del ‘tempus fugit’ a conciencia de haber aprovechado todo lo que la vida le ha ido enseñando. Es un síntoma claro de ansia de exprimir todas las posibilidades, todos los rincones del vivir. Muestra, sin duda, de un espíritu contradictorio a causa de un vacío existencial y unas serias dudas sobre la fe cristiana. “¿Por qué no puede ser?” es uno de los poemas que mejor demuestra la angustia cotidiana del hombre, y si escarbamos literariamente en sus versos, podría salir a relucir el recuerdo de escritores consagrados como Kafka o Larra, observándose la huella de esa duda cristiana aludida.
La poesía se convierte para Guillamón en su religión, y estos versos sustituyen a las oraciones de un alma del Sureste español, que canta al amor, al recuerdo de la Rambla archenera, al Cabezo de las Zorras, a la luna majestuosa, a su entrañable familia (esposa e hijos), a un sauce llorón, al mar, a los senderos y viejos caminos de la infancia, a las montañas, a sus amigos, a la figura del poeta anónimo, a una mujer maltratada que representa a todas las del mundo, a los presos que cumplen su condena con el mayor de los castigos: privarles de la libertad, a un niño abandonado en el vertedero de basura, a la gran dama de la libertad, siempre al vacío insostenible, al nostálgico Edén,...
El último poema rinde honores a este Diario de un atardecer, ese atardecer que espera ya la noche, ese otoño que espera ya al invierno, mientras el maldito Caronte, con su barca preparada, espera tranquilo.
Solamente deseo que otras plumas como la de Guillamón nos puedan regalar tantos momentos felices en este largo y pesado viaje por el tiempo y el espacio que es la vida.
Juan de Dios García Gómez
Licenciado en Filología Hispánica.
AL PRINCIPIO EN EL EDÉN.
EN el JARDÍN primero fue la rosa
y el pétalo cuajado de rocío
el silencio rumoroso de la noche hermosa
y el rumor del agua entre las piedras del eterno río.
Debió ser primero los grises pétalos del jardín florido
la recia planta de la recién creada rosa
la verde senda que bajaba presurosa al verde río
el jazmín y el néctar que inundaba de perfume toda cosa.
Saltaba de flor en flor la dulce mariposa
sin que nada perturbara su humilde desvarío
a su paso se inclinaba el tallo de la rosa
el campo se inundaba de colores con potente brío.
Al principio fuiste TÚ con un soplo ardiente del estío
mirando desde el ojo de tu atalaya airosa,
quien vio emerger radiante del cristalino río
la extraña silueta humana toda hermosa.
De tu triángulo salió la primera mano que cortó la rosa
que costó caro al jardín que creaste junto al río
diste armas a su mente y fuerza a su mano poderosa,
en un extraño dilema de loco desvarío.
No lo pensaste bien, sino cómo, Dios mío
pues su mano cayó sobre el jardín como una losa
trastocando en meandros el curso de tu río
obligado a discurrir para cavar su fosa.
La humana peripecia, que imaginaste hermosa,
con la fuerza de las alas de su libre albedrío,
convirtió en cenizas las hojas de tu rosa
dio al traste con tu mundo, oh loco Dios mío.
JUNTO AL MAR.
Bajé a la playa escondida
donde el agua se dormía
entre las piedras doradas.
Bajé piedra a piedra
el sendero que allí conducía
con imágenes danzando
de gaviotas que volaban.
Vibró la nostalgia
como un ala prendida
que atraviesa el mar
en agotadoras noches
y tempestuosos días.
Se diluyen en el agua
eternas canciones de amor
sonidos que ahuyentan el mal
himnos que glosan la vida,
se oyen cantos de esperanza
en la rumba inacabada
en la vieja barca
de un viejo marino.
Varada la ilusión en mi barca,
no dejaba de pensar
si no hubiera existido la noche
cuajada de estrellas,
serena y bañada de luna,
ni el mar furioso en las peñas
no dejara lechos de cristal,
mis pies hoyando en la arena,
mis huellas borrándose van,
en los surcos me detiene la noche
y en las olas mis alas se van.
Mas se afanan por llegar a mis oídos
con cantos de sirena confundidos,
los halagadores ruidos
del mundo que dejé atrás,
atrás quedó su torre de naipes
y su babel de cartón
atrapada en los hilos de su araña
y en sus brillantes luces de neón.
Aquí tan solo tengo luz
tan solo el viento me acaricia
y únicamente suave brisa,
me arrastra hasta su cielo y me diluye
como si el mar jamás tuviera prisa.
Pero el tiempo ese viejo inquieto,
me muestra el día que a llegar está presto
en que pierda para siempre todo esto,
ensayaré como abandonarlo,
dejaré este lugar del corazón
como se deja el nido en su momento,
y dejaré colgado nuestro amor
en este trozo de cielo,
pues ya no me arrastrará el mar
ya no me quemarán los aires del puerto.
ELEGÍA A UN LLORÓN.
Soñé que subía cantando
con el viejo farol encendido
alumbrando,
la empinada cuesta
tortuosa y vencida
que sube hasta el viejo cabezo.
Dulce noche de aromas
que el viento arrastraba
enjugando el olor de tu cuerpo
y el verdor de tus hojas,
tu olor agridulce de lágrima vertida
en algún suspiro de tu corteza herida.
Bajo tu espalda encorvada
por el peso de los años
como guardián inerme
de la casa colorada,
cuantas historias oíste,
cuanta escena presenciaste
y en silencio entre tus ramas
cuanta discreción mostraste.
Quiero recordar aquellas cosas,
el rumor de la noche entre tus hojas
tu embrujo y tu misterio,
ingenuo de mí, yo creía
que jamás se acabaría.
Los días pasados a tu aliento
me traen a la memoria tu esqueleto,
no volverán de nuevo aquellos días
como no volverás tú
lindo árbol de mi huerto.
Venid los que dormisteis a su sombra
los que oísteis zumbar el viento entre sus ramas,
los que huisteis del sol bajo sus hojas
venid a despedirle,
mi viejo llorón a muerto,
vestido con flores blancas
cubriendo su enjuto cuerpo
por la montaña pelada
cabalga a solas con sus recuerdos.
Te quemaste bajo el sol
de los ardientes deseos,
te venció implacable el gélido viento
y entre la escarcha y el hielo
pasaste inadvertido
por la puerta del invierno.
No olvidaré de aquel aire en tus hojas
los eternos lamentos,
no volveré a ver tus ramas
vencidas al suelo,
ni trenzaré entre tus hojas altares
como cuando era pequeño,
no volveré a ver tu rostro
al despertar de mis sueños.
Esparciré por doquier tus florecillas
y como un manojo de besos
lo arrojaré al mar de los recuerdos,
al mar de las quimeras
forjadas bajo tu techo,
recuerdos de días felices
de lluvia, de sol y de viento.
RECUERDOS DE LA RAMBLA.
Como arrastra el agua hasta la orilla
en tarde ya acabada
objetos olvidados,
las olas empujando
buscando quien las bese y las inflame,
vienen a mi memoria, eterna lucecilla,
escenas archivadas en el tiempo,
recuerdos polvorientos del camino
que subía hasta la casa colorada.
Que todos salgan y hablen,
que nadie calle y se esconda,
aflorad en tropel a mi garganta,
acudid a mi mente envanecidos,
como el ruiseñor que canta
entre las ramas de aquel llorón retorcido
cortando con sus alas
aquel viento embravecido
que recorría la Rambla.
Pequeñas pinceladas a retazos
de aquellos viejos pinos,
de aquella cañada, los naranjos,
de aquellas palmeras junto al agua
de la cequeta cadenciosa
llena de mariquillas grises
y de abejorros blancos,
en su incansable aleteo
al sopor de las siestas soleadas.
De aquel viejo cabezo,
aquella senda empinada
que tantas veces nuestros pies hollaran
para ir a la Fuente de Viñas
con el cántaro a por agua.
Las ranas, las avispas, la ceña,
los jinjoles, el motor, la balsa,
el Cabezo de las Zorras,
todos en tropel acuden
en procesión atolondrada,
pisando las maticas verdes de la media luna
cuajada de florecillas blancas.
Resecas lagartijas
penden de la puerta de la casa,
y Turco, el perro flaco,
con su traviesa cola,
se refugia bajo la sombra de un árbol.
Por la tarde, bandadas de gorriones
vuelan sobre el tejado de la casa
rozan las tejas, pero pasan
pues han divisado los cables
del tendido cercano.
Los viejos recuerdos se me agolpan
asaltan a mi mente redivivos
y a la luz del viejo farolillo
pasan como pinceladas
pintadas de colores vivos,
ahora grandes, ahora pequeños,
perdidos en la nebulosa del tiempo,
lejanos, viejos amigos.
POR EL CAMINO VIEJO.
Bajando la vereda
del verde riachuelo
que serpeaba entre piedras
con verde musgo y cieno,
el alto collado se veía a lo lejos.
Arriba en la casica
abandonada y quieta,
los pícaros gorriones
piaban en el alero.
Tras unas matas prietas
de manzanillas tiernas
debajo de unas piedras
inquietas lagartijas
echaban la siesta.
Los pájaros corrían y revoloteaban
en un charco bebían agua
y abajo allá en la era
saltando entre la paja
los críos jugaban y se peleaban.
Junto al destartalado aljibe,
en un cubo abandonado
un perro enflaquecido
deambulaba olfateando el agua.
Danzando por el cielo
venían a lo lejos
ya amenazando,
un coro de nubes bajas,
grises y aborregadas.
Saliendo del sendero
cortando por un atajo
bajábamos a las charcas
y en el agua salada
revoloteábamos
como si fuéramos pájaros.
Una paz dulce y serena
como arrullos del agua que corría
saltando de trecho en trecho,
de rama en rama,
y los pies nos besaba.
¡Quién pudiera ser pájaro
pequeño y vivaz!,
y remontando las nubes
con las alas al viento,
sobre el cielo de la casa colorada,
poder volar.
CUBA
Se ha extraviado una perla
y está triste una concha en el mar,
en medio del mar
está triste esa perla,
siempre en busca de su libertad.
Cuba, la reina de las Antillas,
buque insignia de Colón al nuevo mundo,
la bella isla de mis ancestros
la hermosa tierra explotada,
se mece mansamente entre las olas
a ritmo de caña, de ron y de salsa.
Cuba, dulce flor de té, hermosa Siboney,
que en medio del Caribe
emerge altiva su cabeza
de rosas y espinas coronada
con su espaciosa frente abierta,
cargando de quimeras las alforjas,
de sus pacientes hijos,
la ancha espalda.
La adoran porque la hicieron patria,
queriendo antaño representarla
por una mujer hermosa
con la bandera de la libertad desplegada.
Por ella han tenido mil guerras sus hijos
y derramado su sangre en mil batallas,
dejando abierta una profunda herida
para la madre patria jamás cerrada.
Altiva palmera laureada
abierta del mar al firmamento
cobijando presurosa a sus hijos
entre el verde denso de sus palmeras.
Campo de té, vergel de flores,
bosques de tupidos verdes,
horizontes azules, eternos soles,
campos de malvas.
Raptada cual dama misteriosa
vagabunda entre sus frondas tropicales,
reclama vida y libertad para sus hijos
en el inmenso manto azul
de sus olas rizadas,
sobre el que asienta su morada.
Cuba, mil veces cantada y traicionada,
cual dama enamorada.
No pierdas, bella y frágil, la esperanza,
si es eterna tu belleza,
será eterna tu alma.
NACE LA VIDA.
Dulce y suave palpitar
latidos infantiles del seno maternal
lloriquear, renacer la vida,
cuajarse la pasión, soñar
y esperar más, esperar.
Calor, sudor por la emoción
emoción que enaltece la vida
transmuta las cosas,
se transforma en amor.
Humo, fatiga, sudor
y otra vez a esperar,
cansado por el sueño,
la intriga y la pasión,
cansado de soñar, si vivir es soñar.
Llegó pues al fin, llegó,
mi ansia, mi angustia terminó
y mi alma adormecida,
estrujada de improviso,
abrió sus ojos para contemplar la vida.
Miré al cielo con ternura,
vibró fuerte el latido de mi corazón,
de nuestro latir que fue intenso y pleno,
no fue en vano esperar este momento,
no en vano lo soñé tanto tiempo.
Atónitos mis ojos por la dicha,
miraron intensamente y muy cerca
la noche sin límites de sus ojos negros,
tristes por el llanto y los gemidos,
abiertos por primera vez al mundo,
preguntaban el por qué de nuestro encuentro
con mirada fija y deslumbrante
que inquietó mi ánimo sereno
como estrellas fijas en la noche
conturban la inerte densidad del cielo.
Era, pensé profundamente allá dentro,
el fruto del sudor y la congoja,
el fruto de la angustia y el dolor,
pero sobretodo era el fruto del amor.
Di la vuelta a mi mundo en un momento,
me cambió la vida aquella noche,
en la incertidumbre y la espera
de una mañana inolvidable
y calurosa del verano,
al nacer mi hijo.
CAÍA LA TARDE.
El tiempo que estuviste allí
se consumió niña para ti,
los momentos que te tuve cerca
que sentí tu cuerpo latir,
ese tiempo que se quemó
como se quema un latido,
allí para siempre quedó.
Con el viento que soplaba en mis oídos
se fue mi timidez,
con el viento arrullador te preguntaba,
si sales niña al atardecer.
Jirones de aquel atardecer
se llevaba el tren a su paso
y en tu cuerpo se dibujaba
la tarde lánguida.
No volveré más al tren,
no acierto a pasar
por la puerta de tu casa,
te veo, te siento, te palpo,
se agiganta tu sombra hasta cubrirme
con el manto de amor
que me prometiste un día.
Oyes ese viento tranquilo que pasa
y discreto se mete en tu casa
y vuelve otra vez?,
trae aromas nuevos,
ecos que arrastra,
suspiros tuyos
que el viento atrapa al anochecer.
Es que vendes fantasía
que sueño cosas bonitas?,
es que sientes alegría?
mi corazón palpita cuando ríes tú,
eres el amor que al oído me grita
a través de tus ojos
como chispas de luz.
Cuando henchido de placer los miro,
las luces del cielo para mi no brillan,
qué tiene la noche?,
qué tiene tu cuerpo?
que el cielo eres tú.
SOLA EN LA BUHARDILLA.
Sola y escondida en un rincón
inerme y aturdida
deshecha, como perdida
dejada como un trasto en la buhardilla.
Estaba sola y tendida
deshechas las ropas
revuelta la buhardilla
oculta en la penumbra
estaba abandonada.
Sentí frío en las venas
calor en las entrañas
sentí lástima y pena
nostalgia, que sé yo,
amor... de qué manera.
Estaba sola
estampada en su jergón
triste, perdida la mirada,
no hurté su mirada lastimera
ni oculté que en mis venas
el flujo aceleraba,
no escapé a su mirada
de deseo o de pasión,
qué sé yo,
tan sólo entraba por la ventana
una tenue luz desparramada.
Estaba tan sola
tendida enderredor,
sus brazos abiertos
me llamaban.
SU AMOR FÁCIL.
Rozando levemente
el flanco de la luz
que atravesaba la estancia
desvaída,
se oyó rumor de pasos
de aquellas pisadas
que siempre eran las mismas.
De taconeo ágil, paso cierto
de fácil cuerpo
talle desenvuelto
y tierna mirada,
convulsa, inquisitiva,
corría la distancia
como batir de alas
en romero florecido;
como un toque de vida
se acercaba a su cuerpo enflaquecido.
Fuera en la ventana
colgando de las ramas
se forjaba un nido.
Goteaba la lluvia en los cristales
y dentro el amor, leve quejido,
agitaba sus venas,
fundía sus latidos
brotaba a retazos
en muebles y cortinas.
Abrazado a su lecho polvoriento
de un azul descolorido,
reposaba extenuado
su amor fácil,
su amor...
sediento y corrompido.
AL REGRESAR.
Por favor, no me digas
que al abrir tu ventana
aún respiras lo mismo,
las macetas que colgaste
aún no han cambiado la flor,
que el tejado de enfrente
pardo y viejo
sigue estando enmohecido
que nada se ha movido
el pájaro huyó de su jaula verde,
pero todo lo demás está en su sitio.
Cuando desperté y vi la casa
pensé que todo sería distinto,
o que algo habría cambiado,
más ya sabía yo que nada cambia
de la noche a la mañana,
después de tanto tiempo en el exilio
de tantos recuerdos cancelados,
de tanto mundo visto.
Traiciones, rencores y odios olvidados
de aquella guerra cruel,
recuerdos y lazos desatados
no quiero más fantasmas y brujas
de cuentos de arena fabricados,
los que nos fuimos, en la distancia,
decidimos olvidar el pasado.
Pero al pasar entre amigos rodeado,
miré con ansiedad vuestras casas,
las flores de vuestras tapias,
vuestras calles y plazas
que fueron las mías,
las campanas sonaban
de la iglesia cercana.
Hay más coches, más ruido,
más cines, más tejados,
más tiendas arregladas.
Al oír la campana
miré interrogante vuestras caras,
pensé, no sé si equivocado,
que vuestras miradas
eran al igual que antes,
desesperanzadas,
es que nada había cambiado?.
Después de los abrazos
miré con ansia alrededor mío,
pensé por un momento
si sería cierto el milagro,
el milagro del que tanto se hablaba.
Miré el reloj del campanario,
busqué en vano una mirada,
tanta lucha para esto,
después de tanto tiempo
que todo siga igual,
noté un extraño sentimiento,
me quedé helado.
NADA.
No veo nada Señor
sin Ti no veo nada
no siento alegría ni tristeza
no veo luz ni tinieblas
miro enderredor
y sin ti no veo nada.
Ni en el canto del ruiseñor
veo una llamada de amor
ni en la copa de ese pino agudo
que apunta sus hojas al cielo,
veo lanzarse a ti
los clamores del mundo,
ni en el intocable pico
de la más alta montaña
veo deslizarse tus dedos
entre las nubes rosadas,
ni en los chispeos que saltan
de la cascada de agua
veo fluir las burbujas del alma,
ni en el terror de la noche
veo apuntarse el alba.
No veo llamando a las puertas del tiempo
tu mano sagrada,
es tan alta tu puerta
es tan oscura y cerrada,
o es que no eres nada?
Señor siento el alma desbordada
pues a veces, muchas veces,
ni tu cruz me dice nada.
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